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Eurovisión 2019 o donde hay dinero, hay alegría (aunque no para todos)

Festival de la Canción de Eurovisión Tel Aviv 2019:

Póster:

Resultado de imagen de eurovision 2019

Bueno, aparentemente estoy de vuelta. Ya está el verano a la vuelta de la esquina y al fin he terminado el que ha sido, de momento, el periodo de tiempo más exigente de mi (eso sí) corta vida. Esto me ha hecho abandonar ciertas secciones clásicas de este portal en estos últimos meses de exámenes que no me han dejado ni tiempo ni ganas de disfrutar otra vez escribiendo estos artículos pero ahora todo ha acabado (por el momento) y puedo resucitar mi actividad en este sitio. ¿Y qué mejor manera de volver que con un análisis que quedé en hacer hace ya un año y que voy a procurar que sea un especial anual? Sí, voy a hablar de Eurovisión que este año se celebró en Tel Aviv, capital de Israel. Soy consciente de que, por problemas de tiempo, este artículo llega un mes tarde pero así yo creo que puedo hablar de las galas con algo más de criterio al dejar reposar las canciones y al agotarse el hype post-final.

Antes de empezar, una aclaración: el festival este año se celebró en Israel, un país ciertamente polémico. Muchos estaban en contra de la celebración de este espectáculo en este país (aunque de nada sirve quejarse la semana del festival y no cuando se anunció la sede en el lejano ya mes de septiembre del año pasado, pero bueno) y yo lo entiendo. Pero os voy a contar una cosa. Ser un crítico audiovisual (o creérselo, en mi caso) requiere analizar producciones con un punto de vista lo más objetivo posible, evitando preferencias personales. Pongo un ejemplo. A mi, personalmente, no me gusta la faceta de actor de Ryan Gosling. Normalmente en sus películas no me lo creo y considero que sus habilidades actorales están siendo sobrevaloradas. Sin embargo, esto no justifica que yo considere, sin verlas, que las películas en las que esté involucrado sean pésimas o que manipule para hacerlo así parecer. Pues yo considero que este caso es parecido y es por eso que voy a comentar el festival de este año de la manera más objetiva y poco prejuiciosa posible y, si no queréis leerlo porque Israel es el demonio y esas cosas, podéis iros y, con suerte, nos vemos el año que viene en Holanda (bueno, Países Bajos, perdón).

Sin más, y después de esta densa parrafada, vamos a ello.

Crítica:

Antes de centrarnos en la gala final, me gustaría centrarme algo en lo que se quedó por el camino, cosa que el año pasado no hice y que me parece importante. Para empezar, me parece lamentable lo de Ucrania. Esto de que Eurovisión es un evento apolítico no le quedó muy claro a la ganadora de 2016 Jamala que, de una forma rastrera, dejó fuera de concurso a una canción que bien podría haber arrasado en Eurovisión porque, de hecho, era muy buena (incluso si no lo fuese, esto me hubiese parecido horrible igualmente). Pero la indignasió no para aquí. Pasemos a las semifinales. El que no hayan pasado las canciones de Rumanía y Armenia a la final (dos respectivos temazos) lo puedo llegar a entender, porque la segunda semifinal era muy competitiva pero ¿qué pasó con Portugal en la primera? Una canción diferente, desafiante, absolutamente fascinante. Vi por ahí que alguien decía que era una canción tan bizarra que cuadraría perfectamente en una película de David Lynch, idea que comparto absolutamente. Portugal estos últimos años está demostrando que le sobra talento, personalidad y frescura y, exceptuando la victoria en el 2017, está siendo ciertamente ignorado. La ausencia de Conan Osiris (hasta el nombre es genial) en la final es, según mi punto de vista, una gran pérdida para el concurso. Sin embargo, a cambio de la injusticia de Portugal, tuvo lugar en ese pabellón un hecho histórico. ¿¡SAN MARINO ESTÁ DE VUELTA?! Si os acordáis de aquel señor que parecía un mafioso que hace ya tres años intentó llegar a la final representando a la tierra sanmarinense con I didn´t know (Serhat se llama) este año ha vuelto a la carga y lo más gracioso es que lo ha conseguido. Contra todo pronóstico, San Marino vuelve a la gran final de Eurovisión. El resto, tampoco grandes sorpresas. Pasemos a hablar de la gala final.

La gala empieza en las alturas, ya que la escenografía elegida para el inicio de esta es la de la ganadora del año pasado, Netta, pilotando un avión en el que viajan todos los representantes que llegaron a esta gala. El avión aterriza y empieza el show. Ya aquí quedan claros dos aspectos que van a marcar la gala, sobre todo en comparación con la celebrada en Lisboa el año pasado (elegante y sencilla, aunque algo lenta): aquí hay dinero (mucho) y la gala es realmente dinámica y su absoluta inhabilidad de parar en ningún momento realmente hace que la gala en conjunto sea posiblemente la más disfrutable de los últimos años. Se produce un desfile de banderas rítmico y adrenalínico (interrumpido de cuando en cuando por actuaciones de anteriores representantes del país anfitrión como Dana International, por ejemplo) , siendo la última a salir al estrado la de una España que últimamente no levanta cabeza (en este concurso). ¿Nos dará suerte el cerrar la gala? nos estábamos preguntando.

Sin mucho tiempo para asimilar y respirar, empieza la primera mitad de la gala con Malta. Mis canciones favoritas de esta sección fueron las de Albania (un genial directo aupó aun más a una canción con fuerza y un gran sello de identidad), Alemania (me pareció una canción interesante, más que decente, si bien por lo visto nadie parece estar de acuerdo conmigo), Rusia (Sergey Lazarev, que ya quedó tercero en 2016 vuelve al festival apostando por un tema elegante e intenso), Dinamarca (la inocencia a ultranza que define a esta canción realmente derrite el corazón liberando una ternura imparable), San Marino (sinceramente, dejando la calidad musical a un lado, esta es la canción más divertida de toda la gala, con mucha energía), Suecia (es una canción a la que le he ido cogiendo cariño con el tiempo, con estilo y en el que el coro gospel que acompaña al cantante lo es TODO) y supongo que Países Bajos (el equivalente a Pablo López en los Países Bajos presenta una canción que, si bien no es del todo mi estilo, consigue una ambientación magnífica, con mucho sentimiento por parte del cantante y una escenografía simple, pero muy funcional). En lo malo, para mí están los temas de República Checa (ni con el carisma del cantante se puede rescatar una canción absolutamente plana, poco imaginativa y sin nada que ofrecer),  Eslovenia (este género alternativo tendrá su público, pero definitivamente yo no formo parte de él; me pareció un tostón), Chipre (es una canción sin personalidad que, exceptuando el estribillo, no aporta nada) y la última, Grecia (los comentaristas decían que la cantante tenía la voz de Amy Winehouse y que la escenografía parecía sacada del Jardín de las delicias pero ni una cosa ni la otra; a mi me pareció un despropósito).

Después de los parones de Jean Paul Galtier (no escatiman en gastos, no) y un ilusionista que hizo un homenaje algo cutre pero merecido a la canción de ABBA en el 74 por su 45 aniversario, llegamos a la segunda mitad, encabezada por los anfitriones, Israel.

De esta, destacar para bien las canciones de Noruega (una combinación loca de cosas que parece que no pegan, pero que configuran una canción tribal modernizada interesante), Islandia (los protagonistas de la gala, dejar a alguien indiferente no entraba dentro de sus planes), Estonia (en verdad, la canción era desfasada y aburrida pero es que ver a Sam Winchester de Supernatural en Eurovisión es algo graciosísimo [en serio, el parecido del menor de los Winchester y el cantante estonio, un tal Victor Crone, es innegable]), Bielorrusia (una canción muy divertida y su cantante, para su corta edad, aparentaba en el escenario una seguridad apabullante), Francia (una canción que, si bien asalta a los sentimientos del espectador sin miramientos, resulta agradable e inspiradora), Italia (mi favorita de este año; Mahmood defiende con uñas y dientes una canción urbana con criterio, personalidad y, lo más importante, algo que contar; de hecho, el tiempo me ha dado la razón ya que es la canción de esta gala que más recorrido ostenta fuera del festival en nuestros días), Serbia (es por canciones como esta que la balada balcánica siempre es un género a tener en cuenta en Eurovisión), Suiza (una canción provocadora, extremadamente bailable y muy bien interpretada) y Australia (la lunática, para bien, puesta en escena se complementa con una canción que hace los contrastes entre tonos y géneros su seña de identidad y es esto, de hecho, lo que la hace grande).  Para mal, solo mencionar las canciones de Israel (debería de haber transmitido mucho, me dejó frío y me aburrió soberanamente), Reino Unido (por mucho que pusiese el cantante de su parte, la canción era una nadería insalvable) y Azerbaiyán (una canción genérica con una puesta en escena que a mi no me funcionó en absoluto).  Y llega el momento cumbre: España cierra la gala. Y la verdad es que Miki lo hizo muy bien y sacó al escenario todo lo que podía de la canción. La gente en el pabellón estaba encantada pero aparentemente debemos tener una maldición (ahora lo comento cuando hable de las votaciones pero esto no hay derecho, de verdad).

Se acaban las actuaciones y Europa empieza a votar. Es el momento del intermedio y la verdad es que estas secciones dejaron bastante que desear en las últimas ediciones del festival. Sin embargo, la organización este año tira de ingenio (y de cartera) y congrega a Mans Zelmerlöw (ganador representando a Suecia en 2015), Conchita Wurst (ganadora representando a Austria en 2014), Eleni Foureira (segundo puesto representando a Chipre el año pasado) y Verka Serduchka (representante de Ucrania en 2007 con una canción absolutamente indescriptible que a estas alturas es ya un icono del festival) a cantar los unos las canciones de los otros. Realmente esta es una dinámica muy sencilla pero muy efectiva y con mucha esencia del festival en sí y generó grandes momentos (Eleni Foureira bailando el Lasha Tumbai es ya historia de Europa casi). Después se pusieron todos juntos a cantar la canción que le dio la victoria a Israel en el 79 con su intérprete. A continuación tomaron lugar dos actuaciones por las cuales se llevaba construyendo expectación cierto tiempo: Netta con su nuevo tema y la anticipada actuación de Madonna. Y es precisamente en lo que más se anunció que esta gala fracasó estrepitosamente. La actuación de Netta confirma mi sospecha de que si bien Toy tenía su punto, ella no sirve para ser artista. Y hablemos de Madonna... Esta cantante fue referente en una época y eso no se puede negar pero, hablando claro, ¿a alguien le interesa Madonna a día de hoy? La actuación del millón de euros (literalmente) empezó bien con una estética gótica y oscura pero acabó resultando excesivamente larga y poco interesante y la voz de Madonna fue un caos. Ay, chica, que ya estás mayor... Que, por cierto, la rebelión empezó desde dentro porque ni la ex-Reina del Pop se pudo resistir a sacar el tema de Palestina.

Después de este cuadro de actuación, empezó el turno de votaciones con los jurados de los diferentes países. Este año los doce puntos parecían estar repartidos e Italia, Suecia y (la otra gran sorpresa de la noche) Macedonia del Norte se pasaban el primer puesto de unas a otras. Si bien las cosas parecían ir correctamente por la parte de arriba de la tabla, por abajo la situación era peor. Tanto el país anfitrión como España (y, sí, esta vez mandamos una canción más que decente; yo ya no sé qué más hacer) se hundían sin remedio y fue la llegada del jurado bielorruso lo que cambió un poco las cosas, otorgando 6 puntos a España y el doble a Israel. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce y el jurado bielorruso venía con sorpresa. Érase una vez el jurado de Bielorrusia, que fue a Eurovisión con unos votos clara y totalmente amañados. Los organizadores del festival se dieron cuenta de esta felonía y procedieron a obrar en consecuencia, enviándole a estos jurados una lista de países que más solían votar las naciones que más se correspondían con este país, como son Rusia, Armenia y Azerbaiyán. Sin embargo, se comprende que debieron de leer la lista al revés y dieron los puntos a los que menos se los tendrían que haber dado, incluyendo Israel y España. De esto no se dio cuenta la organización hasta después de la celebración del final, teniendo que modificar algunos puestos de la clasificación definitiva y quitándole a España seis de los siete puntos que los jurados internacionales nos habían otorgado (esto es una rechifla, así no llegamos a ningún sitio, nos costó mandar algo realmente bueno y ¿esto es lo que tenemos? Parafraseando a Pepe de Masterchef: "Nos vais a quitar la afición". Viendo el panorama, lo que nos queda es alegrarnos por los demás).

Llega el televoto. La verdad es que el nuevo sistema implementado de decir los puntos del televoto por orden creciente de puntos del jurado funciona y le da emoción al asunto. Y bueno, aquí hubo algo parecido a la canción de Fangoria: Dramas y comedias. Gran sorpresa: España consigue 53 puntos del público y remonta tres posiciones (pero, claro, esto significa que una canción que quedó última [penúltima después de reparar el desastre bielorruso] con los jurados queda en el puesto 14 de los votos del público, esto da que pensar; ese puesto 14 nos lo merecíamos pero en la clasificación general). Y los eurodramas continúan: las hermanitas de Alemania (que realmente no lo son, pero ese no es el tema) reciben una cantidad total de CERO puntos del público, cosa que en un final hacía tiempo que no pasaba. Seguimos subiendo en la tabla con sorpresas positivas y negativas, hasta que llegamos a Noruega. Los europeos parecen estar convencidos por el pop étnico de los KEiiNO, ya que, con 291 puntos, son los primeros en televoto y pasan del puesto 14 (mira tú por donde) al sexto después de los cambios oportunos. Nos acercamos al top 10 y asistimos justo a la jugada inversa. Los chicos de la boyband checa estaban contentos con el octavo puesto de puntos del jurado. Sin embargo, el destino a veces puede ser cruel y muy revelador (que conste que lo dije, que esta canción no valía) y estos quedaron en el antepenúltimo puesto del televoto, con tan solo 7 míseros puntos, que hacen que bajen a la undécima posición (la verdad es que la cara de gato atropellado que pusieron me da tanta pena como risa, un poco malo sí que soy). A todo esto, los de Islandia consiguieron meter banderas palestinas en la sala y han saboteado el festival por un momento (también, ¿qué se esperaba cuando se invita a un grupo anticapitalista?). Seguimos subiendo y llegamos a los últimos. Países Bajos sube considerablemente y asalta el primer puesto. Macedonia del Norte se desinfla y la cosa depende de los puntos que había recibido Suecia en el televoto (ojo, que si hubiese ganado Suecia, hubiese igualado a Irlanda como el país que más veces ha ganado este festival, con un total de 7). Pues resultó que era muy tarde para el amor y también para los puntos del televoto, que solo le otorgaron una poca generosa cantidad de 93.

Y así acabó la noche en Tel Aviv, con Países Bajos como flamante ganador de una gala en la que el desmesurado uso del dinero ha hecho que esta fuese dinámica, variada, divertida (con algún momentito algo decepcionante, pero en general aquí no defrauda) y muy fácil de ver tanto para recién iniciados como para eurofans sin remedio, a los que aquí se recompensa con creces.

Y con esto acabo, poniendo la lista de mis diez canciones favoritas de la final de este año y con la promesa de que volveremos el año que viene en Países Bajos (¿le irá bien a España en el antiguo Flandes?, habrá que ver).

Mis canciones favoritas de la gala final de Eurovisión 2019 (no necesariamente en orden):  Ktheju tokës (Jonida Maliqi, Albania); Scream (Sergey Lazarev, Rusia); Love is forever (Leonora, Dinamarca); Too late for love (John Lundvik, Suecia); Spirit in the sky (KEiiNO, Noruega); Roi (Bilal Hassani, Francia); Soldi (Mahmood, Italia); Kruna (Nevena Bazovic, Serbia); She got me (Luca Hänni, Suiza); Zero Gravity (Kate Miller-Heidke, Australia)

Menciones especiales (¿por qué no?): Say Na Na Na (Serhat, San Marino) por el valor y la pura diversión aportada y La venda (Miki, España) porque, por una vez, nos lo hemos currado aunque nadie parezca reconocerlo.

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